Ascención de Alberto
Ahora que me siento ante el ordenador para amontonar unas líneas que expresen el dolor que me causa el cobarde asesinato de Alberto y Ascen, me supura el prurito que me asalta cada vez que inicio un artículo: quiero construir frases persuasivas, elegir con cuidado las palabras e imaginar la mirada de los lectores.
Me repugna saber que un terrorista procede así también, maquinando crímenes cada vez más fulminantes, escogiendo el mejor lugar para sus emboscadas y despreciando los ojos perplejos de sus víctimas. Asesinar a alguien a sangre fría requiere la misma premeditación, los mismos desvelos, la misma elaboración concienzuda de una columna impecable.
Tengo que decir todo esto para hacer hincapié en la abyección y crueldad de esas alimañas y para exigir la misma contundencia y precisión por parte de la justicia. Aquí en Sevilla mis amigos son mi familia, y Alberto y Ascen me regalaron su amistad desde el primer momento en que los conocí.
Más de una vez, mientras nuestros hijos jugaban, les conté cómo era mi vida en Lima durante los peores años del terrorismo senderista, sin suponer que algún día el terrorismo de ETA acabaría con las suyas en el portal donde retozaban los niños. Sus verdugos no les han asesinado por lo que representaban políticamente, sino por lo que eran realmente: ciudadanos pacíficos, padres ejemplares y personas maravillosas, imprescindibles. Por eso les eligieron. Siempre me sorprendía cómo se las ingeniaban para tener tiempo para todo: para trabajar cada uno en lo suyo, para estar con sus hijos y para salir juntos una vez por semana. No podía ser de otro modo: sus nombres estaban escritos en la misma bala como una alianza mortal. Ni la muerte les separó. Ascen, Alberto, ustedes tendrían que estar aquí con los niños y yo no debería estar escribiendo esta despedida tan triste, con líneas tan rotas como lágrimas.
Fernando Iwasaki
EL PAÍS, 31 de enero de 1998
Letanía de los errores
Morir es amargo, pero morir por nada es doblemente amargo. Morir por nada es como morirse doblemente. Morir del tiempo, del corazón o del tabaco es amargo, pero es de algún modo necesario porque también de algún modo es natural morirse así. Te mueres porque tienes que morirte. Morir de muerte artificial es como morir por equivocación, como si tu muerte fuera una muerte errónea, una contingencia descabellada y atroz. Morir de muerte artificial es como morir de un resbalón al bajar de un tren en el que se han recorrido cientos de kilómetros bajo el fuego de la aviación enemiga.
El Concejal del Partido Popular Alberto Jiménez-Becerril y su mujer Ascensión García Ortiz, padres de tres niños, murieron ayer en Sevilla de muerte artificial, murieron de una pistola equivocada accionada por un dedo equivocado perteneciente a una mano equivocada que recibió la orden de un cerebro equivocado encajado en el cuerpo de un hombre equivocado al que un día consolarán curas equivocados y que hoy milita en una organización equivocada que confunde la paz con la guerra, la libertad con la tiranía, el siglo XX con el siglo XIII, la historia con la mitología y las ideas con los gatillos. Un gatillo puede ser muchas cosas, pero jamás será una idea.
Noche de plomo en Sevilla.
De ese encadenamiento funeral de gatillos, pistolas, dedos, manos, cerebros, mitos, ideas, centurias y curas vizcaínos han muerto Ascensión y su marido en la ciudad de Sevilla en una madrugada de plomo y orfandad. Alberto Inocente y Ascensión Inocente. Hermanos en la muerte y el error. Un pistolero les ha robado el nombre, el apellido y las mayúsculas a que todo hombre tiene derecho sólo por haber nacido. Hoy son ya hermanos en las minúsculas del olvido que amenaza a todos los muertos de la tierra: Alberto confuso y Ascensión confusa, Alberto perplejo y Ascensión perpleja, Alberto amargo y Ascensión amarga, Alberto olvido y Ascensión olvido.
Volando ayer en un coche de Málaga a Sevilla tras conocer la noticia vio el cronista las flores de un almendro despuntando en un ribazo y vio también una extensión de margaritas en un alcornocal de la llanura de Antequera. Una equivocación de pólvora irreparable había calcinado unas horas antes la hierba naciente, la verde llanura, el blanco almendro y el campo de casuales margaritas que los ojos apagados de Alberto muerto y Ascensión difunta no verán jamás.
Durante unos segundos atroces Alberto y Ascen fueron el anónimo ciudadano de Kafka procesado y condenado por una equivocación nimia o gigantesca pero en todo caso imposible de demostrar. Imposible hacer ver a los asesinos que ellos no son más que el último eslabón final de una cadena de errores, los verdugos ejecutores de una sentencia ignota dictada por un juez invisible y rencoroso en aplicación de un estrafalario código penal redactado por un legislador enloquecido.
Algún día en los años venideros habrá un adiós a las armas, alguien pedirá disculpas por los 900 errores mortales cometidos y el párroco de una iglesia perdida entre los montes de Vizcaya rezará un rosario de 900 cuentas a la sombra de los almendros en flor.
Antonio Avendaño
EL CORREO DE ANDALUCÍA 31 de enero de 1998
El espíritu de Sevilla
La multitudinaria manifestación que ayer tarde recorrió las calles de Sevilla es el fiel reflejo del sentir popular de un pueblo que no se cansa de clamar por el fin de la violencia terrorista. Un terror que en esta ocasión ha elegido la capital andaluza para dejar una huella de su zapato criminal, que será especialmente imborrable no sólo para los tres niños que se han quedado sin padre y sin madre, sino para todos.
El trayecto sevillano comprendido entre el Prado y Plaza Nueva fue tomado ayer por cientos de miles de personas en una imagen muy similar a la que se proyectó en julio del año pasado con motivo del asesinato del Concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco. El asesinato del edil sevillano Alberto Jiménez-Becerril y de su esposa añadía a la convocatoria de protesta un factor añadido de proximidad y de familiaridad, por no hablar de dramatismo humano añadido, que ha impulsado a muchísima gente a mostrar su protesta pese a las inclemencias del tiempo. Y también es justo reconocer la respuesta popular, solidaria y recíproca que protagonizaron decenas de miles de vascos que se manifestaron ayer tarde en Bilbao. Porque si ayer decíamos que Alberto y Ascensión eran dos de los nuestros, también lo era Miguel Ángel Blanco, como lo eran los cientos de agentes uniformados y todos los hombres, mujeres y niños que ETA ha asesinado a lo largo de su macabra historia.
El grito silencioso que ayer inundó las calles de Sevilla es un mensaje contundente para los asesinos que ahora se empeñan en extender el horror por doquier, rizando aún más si cabe el rizo de la barbarie. Pero también lleva implícito un especial llamamiento a las fuerzas políticas democráticas para que mantengan la unidad por encima de todo y sin fisuras, y para que esa firmeza se plasme sobre la práctica en un consenso efectivo, que aleje para siempre las polémicas estériles que sólo fortalecen al enemigo violento.
De forma complementaria a este mensaje, hay que reconocer la oportuna incitación al abandono de la ambigüedad que proclamó ayer en su brillante homilía el arzobispo de Sevilla, de la que buena nota debería tomar el clero y el nacionalismo vasco.
Sin distinción de ideología y credos, el pueblo sevillano ha vuelto a expresar con claridad su rechazo a la sinrazón del crimen terrorista, que esta vez ha padecido muy de cerca, y su proclama de cohesión y unidad a las fuerzas políticas para que redoblen sus esfuerzos en la lucha del Estado democrático contra ETA. Si antes fue el espíritu de Ermua, ahora es el espíritu de Sevilla el que lo exige.
Editorial, EL CORREO DE ANDALUCÍA, 1 de febrero de 1998.
Contra el olvido
Para Ascensión, Clara y Alberto, que no lo van a leer todavía.
Alguien os guardará para cuando seáis mayores este artículo que ahora no podríais leer. Un día, cuando crezcáis, en la casa de vuestros tíos encontraréis una carpeta llena de recortes que hablarán de vuestros padres. En esos papeles amarillentos hallaréis el testimonio de una tragedia que ahora os está siendo hurtada para que no se desmorone vuestro pequeño mundo de juegos y esperanzas, un mundo en el que siempre ganan los buenos y en el que siempre hay hueco para la fantasía. Esa carpeta no la podéis abrir hasta que no seáis mayores, porque sólo los adultos pueden aceptar, y no del todo, que se desmoronen sus certezas. Y cuando llegue ese momento, cuando el dolor ya sea sólo una cosquillita en la médula de vuestros lejanos recuerdos, yo quiero estar presente en la reconstrucción de esa memoria a la que tenéis derecho. Y a la que tienen derecho vuestros padres, a los que han arrebatado de golpe la vida y el futuro.
La otra mañana, bajo la densa lluvia de enero, cuando la Catedral era un silencio estremecido, cuando hasta el órgano apagó los compases de Bach para dejarle sitio a un aire eléctrico cargado de rabia, quizás merecíais haber estado allí. Lo malo de la infancia es que son los adultos los que deciden, y acaso un día os preguntéis por qué os hurtamos entre todos esos instantes de grandeza. Espero que sepáis perdonarlo; cuando leáis esto, cuando veáis los videos de esta semana amarga, quizá querréis haber vivido lo que ahora os ha sido negado. Nadie sabe, a ciencia cierta, qué era lo mejor; quizá teníais derecho a comprender, desde ya mismo, desde vuestra inocente orfandad, que la hija del Rey de España lloró en el funeral de vuestros padres, que el país entero se acordó de vosotros, que la ciudad en que nacisteis gritó a coro en las calles que no estáis solos. Acaso ahora no lo habríais comprendido. Pero yo quiero que, cuando sea que leáis esto, sepáis sin ningún género de dudas quiénes sois: los hijos de un tiempo de infamia.
Es posible, Dios quiera, que, cuando abráis la carpeta de los recuerdos ya no exista el conflicto que mató a vuestros padres. Puede que os sea entonces más difícil de entender porque no habéis crecido junto a ellos. Pero yo os juro que ahora tampoco lo entendemos, que no nos cabe en la cabeza, ni en el corazón, ni en las vísceras, porque han matado a dos inocentes que llevaban un ramo de flores mientras vosotros dormíais con el sueño de la paz.
Yo os pido ahora que no lo entendáis nunca, que no aceptéis jamás la lógica macabra de la Historia, ni de la casualidad, ni de la injusticia. Que no perdonéis nunca, ni en el fondo de vuestro corazón, la maldad que os ha arrebatado la inocencia. Os pido que no olvidéis, porque a una persona se la mata dos veces: una con la muerte, y otra con el olvido. Os pido que recordéis que nunca podréis ser los mismos. Os pido que guardéis una pizca de ira para quienes os quitaron lo que ya nunca podréis tener.
Anoche, ¿sabéis?, llevé una rosa al sitio donde los mataron. Estaba lleno de velas y de flores que nunca veréis. Pero sabedlo siempre: Alberto y Ascensión eran, en el buen sentido de la palabra, buenos, buena gente que vive, trabaja, pasa y sueña. Si el tiempo borra alguna huella de su paso por la vida, sabed que en la carpeta de papeles de estos días de oprobio está escrita por miles de manos la verdad que ahora os hemos escondido para preservar vuestra pureza.
Ignacio Camacho
EL MUNDO, 3 de febrero de 1998
Para mi hermana Ascen
A todos los sevillanos. A todos los andaluces. A todos los españoles. Mi más profundo agradecimiento a todos por las muestras de solidaridad demostradas. Mi hermana, Ascensión García Ortiz, asesinada el día 30 de enero de 1998, también lo estaría si no hubiese sido la elegida. Asen, como así le gustaba que la llamaran, por su carácter alegre y jovial y por las inmensas ganas de vivir que tenía, porque era todo un ejemplo de madre y esposa, fue la víctima ideal del terrorismo. Sabía que su marido, Alberto, era objetivo de ETA. Y siempre iba con él. En alguna ocasión comentó que si a su marido le hacán algo, ella también caería. Sabía que detrás podría dejar a unos hijos que cuidar y educar, pero también sabía que tenía una familia capaz de sacarlos adelante. Y hoy, tres días después de su muerte, con el dolor muy reciente en nuestros corazones y cuando ya apenas nos quedan lágrimas para seguir llorando, sabemos la difícil misión que nos encomendó y nos hemos puesto a trabajar. Sé positivamente que ella, desde el cielo, nos va a ayudar a conseguirlo. Y desde aquí, querida Asen, te prometo que será el principal objetivo de nuestras vidas, de la de tus padres y de la de tus hermanos.
Cuando en un principio se comentó que te habían matado de frente, no me extrañó en absoluto, pues, conociéndote, te imaginé revolviéndote contra el asesino de Alberto y plantarle cara en un desafío fatal. Pero cuando tu autopsia ha revelado que te mataron por la espalda, caí en la cuenta de que tu también eras el objetivo de ETA. No sé si alguna vez veré la cara de la “persona” que te mató, pero creo que no es lo mejor. Y si esta carta que estoy escribiendo, algún día la lee tu asesino, quiero que sepa que lo único que siento por él es un profndo desprecio. Yo no sé quién eres. Pero si algún día te cruzas en mi camino, da la vuelta y vete, no vaya a ser que pierdas tus partes de hombre, si es que lo eres. A tus padres, que a lo mejor son hasta buenos, sólo les deseo que pasen lo que han sufrido los míos; y a tus hermanos, lo que hemos sufrido los hermanos de Asen. Para ti, ya te puedes imaginar lo que deseo. Y para todas esas personas que os apoyan de forma directa o indirecta, pedirles que recapaciten sobre lo que han hecho. No han matado a un Concejal. Hoy ya hay otro. Y por muchos políticos, policías, guardias civiles o militares que matéis, siempre habrá otros. Pero sí habéis matado a padres de familia, a hermanos y a hijos. Y esos sí que no se pueden sustituir. Estáis construyendo una historia del País Vasco llena de sangre de personas buenas. Con unos héroes que no son más que asesinos de padres de familia. Qué valientes… Qué asco me dais. Y lo peor de todo esto es que dentro de diez, quince o veinte días, cuando os parezca oportuno, volveréis a asesinar. Y volveréis a destrozar a otra familia. Porque hasta que no os convenzáis vosotros mismos del absurdo de estos crímenes, éstos no cesarán. Porque coger una pistola y matar a una persona por la espalda es muy fácil. Sobre todo para vosotros, porque a mí me resultaría muy difícil. Me resultaría muy difícil matar. Y sobre todo por la espalda. Le pido de todas formas a Dios que os ayude a comprender y os haga entrar en razón. Y que Él os perdone. Porque yo no puedo.
En fin, Asen. Sé que ahora, en el cielo, alegrarás a todos los que estén contigo. Te pido que a los que aún estamos aquí, nos ayudes a cumplir con nuestro trabajo y obligaciones. Que hoy, todavía con el profundo dolor que sentimos por tu muerte, sepas que nunca te olvidaremos y ojalá tomemos el ejemplo de tu vida como referencia para la nuestra. Y ahora, cuando las lágrimas me vuelven a salir de los ojos y ya no tengo más fuerzas para seguir escribiendo, te mando un beso muy fuerte. Tu hermano que te quiere.
Rafael García Ortiz
ABC, 3 de febrero de 1998.
Compromiso
Han pasado días, semanas …, pasarán años, y seguiremos sin entender nada. Me piden desde el Excmo. Ayuntamiento de Sevilla que transmita en unas líneas lo que llevo horas describiendo en las ondas de Radio Sevilla. Lo podría hacer con cualquier hecho puntual de esta ciudad, pero ¿alguien cree que lo voy a saber hacer en esta ocasión? No es tan sencillo.
No es un relato periodístico; es un hecho que me ha llegado muy hondo, como a cualquier sevillano que lo ha sentido en sus propias carnes. La diferencia no es que conociera a Alberto como político simplemente, sino que además, he compartido con él y con Ascen experiencias, inquietudes, VIDA.
No soy ningún privilegiado. No solamente hemos sido unos pocos los que hemos estado tomando copas con esta pareja que iba a todos lados siempre de la mano. Permítanme la expresión: “media” Sevilla ha estado con Alberto y con Ascen en alguna ocasión: en los actos institucionales del Ayuntamiento, en la proclamación de los Reyes Magos en la sede del Ateneo, en la feria, etc. Por eso los asesinaron. Eran vulnerables. Alberto y Ascen salían por Sevilla como si estuvieran en el salón de su casa. Sin protección, sin escolta, sin nada. Demasiado fácil para cualquier cobarde que asesina por la espalda. Por eso los mataron.
Han pasado días, semanas y nada ha cambiado. Estamos donde estábamos antes de estas muertes inútiles. Entonces, ¿para qué? Son tan ignorantes que ni el que apretó el gatillo sabría contestar a esta cuestión. Tampoco les interesa. Han hecho del crimen un negocio y un “modus vivendi”. El compromiso de los sevillanos de bien debe ser no olvidar. No podemos dejar que el paso del tiempo nos haga no recordar que dos hijos de Sevilla han sido asesinados inútilmente y que, al igual que los más de ochocientos muertos a manos de la banda terrorista ETA, han sido víctimas de la incomprensión y de la intolerancia. Cuando los tres hijos de Alberto y Ascen sean mayores, deben seguir encontrando en todos nosotros claros signos de admiración, de respeto, pero sobre todo, de cariño. Será un honor decirles que conocimos a sus padres, y que, como decimos por aquí, eran trigo limpio, eran buena gente. Ese es compromiso y espero que también el de muchos más.
Salomón Hachuel
RADIO SEVILLA, 15 de febrero de 1998.
Propuesta de Alcaldía
PROPUESTA DE LA ALCALDÍA, APROBADA POR UNANIMIDAD
DE LA CORPORACIÓN MUNICIPAL, DE CONCESIÓN DE
LA MEDALLA DE LA CIUDAD A TÍTULO PÓSTUMO,
A D. ALBERTO JIMÉNEZ-BECERRIL BARRIO Y
A SU ESPOSA Dª. ASCENSIÓN GARCÍA ORTIZ
AL EXCMO. AYUNTAMIENTO PLENO
El terrorismo ha vuelto a asesinar cruel y alevosamente. En esta ocasión las víctimas indefensas han sido el Concejal de nuestro Ayuntamiento, D. Alberto Jiménez-Becerril Barrio y su esposa Da Ascensión García Ortiz.
D. Alberto Jiménez-Becerril ha dedicado la práctica totalidad de su vida profesional, y sus extraordinarias dotes personales, al servicio de Sevilla, en cargos de responsabilidad en este Ayuntamiento. Esta circunstancia ya le hace acreedor a que, en estos momentos de dolor, se le otorgue, a título póstumo, la Medalla de la Ciudad, máxima distinción que podemos concederle.
Pero si el esfuerzo y el trabajo mencionado justificarían, en sí mismos, la concesión que se propone, las trágicas circunstancias de su muerte la justifican aún más, pues es evidente que ha constituido una última y gloriosa contribución al servicio de España, de Sevilla y de la democracia.
Y es de estricta justicia, además, que esta Medalla se extienda a Dª Ascensión García Ortiz que se distinguió siempre, con sus dotes personales, como excepcional esposa y compañera del Concejal asesinado y que también ha contribuido con su vida al servicio de España.
Esta Alcaldía, interpretando, además, el deseo y el sentir de todos los Grupos Municipales, se honra en proponer la adopción del siguiente:
ACUERDO ÚNICO.- Conceder la Medalla de la Ciudad, a título póstumo, a D. Alberto Jiménez-Becerril Barrio y a su esposa Dª Ascensión García Ortiz, víctimas del terrorismo.
Sevilla, 30 de Enero de 1998
La Alcaldesa